viernes, 13 de agosto de 2010

Elegía para la muerte de un Niño (Parte tres)


Los cumpleaños fueron sucediéndose unos a otros y el espacio de tiempo entre ellos parecía acortarse cada vez más. El fuego dejó de sorprenderte. Nada conspira contra la sopresa con mayor eficacia que el aprendizaje. Siguió molestándote el mantel de polietileno, siempre pegajoso. Pero siempre habrá nuevos que vayan a sorprenderse y, eventualmente, aprenderán. Largos años tardaste en deshacerte de ese
corte de pelo que nunca elegiste. Un buen rato te tomaste para hacer algo con lo que hicieron de vos. Larga vida tuviste.


Esta debe ser una de las mejores sensaciones que hayas tenido. La
adrenalina de estar en manos ajenas, y sentirlo así. Ese era un lugar al que nunca querías ir, pero que después no querías dejar. Empezabas a discutir con vos mismo. Tu alma pequeña daba cuenta de que podía albergar más de una personalidad. En esa pluralidad de seres que contenías, te volvías impredecible. Así empezaste a agonizar claramente. A mirar hacia afuera del jardín del edén. Sensaciones de poder, autosuficiencia, pluralidad dentro tuyo, fueron sintetizándose en la idea de libertad.


Con cierta premura llegaste hasta arriba de todo. Cargaste la cruz con la que naciste y la clavaste lo más alto que pudiste. Encontraste tu muerte en una sala de partos en la que me engendraste a mi. Soy hijo de tu dolor, hijo de tus fantasías y huérfano de todo tu ser. Tu esencia sigue viva en algún lado. Al menos lo que yo pude ver de tu esencia queda hoy documentado. Haré todo lo posible por honrar y continuar esa esencia, tu estética más esencial, todo lo que hacía que vos fueras vos. Porque sospecho que ahí hay verdad. Hay incoherencia? Si. Hay razón? No. Pero yo no tengo que rendir cuentas ante nadie. Sólo ante vos. Vos sos mi dios. Vos sos quien me hizo, con trabajo, todos los días, en contra del mundo y con éste. Sólo a vos te rindo pleitesía. Sólo ante vos me arrodillo. El que verdaderamente me pensó antes de que existiera. El único que confió ciegamente en mi. Tanto que dio la vida.




Tu agonía fue lenta. Tu muerte fue tortuosa y la sentiste. Después de darme a luz, me acompañaste moribundo, atontado e inconsciente durante algún tiempo. Tanto a vos como a mi se nos hizo difícil comprender la vida. Es más, ambos sabemos que hemos fracasado rotundamente. Es probable que el problema principal de la humanidad sea su discreción en la percepción. La vida no puede percibirse como un continuo. El hombre necesita segmentarla para, digamos, entenderla. De manera que no tenemos una comprensión analógica de la realidad, nuestra comprensión es terriblemente discreta. No es casual que todos los sistemas de recopilación de datos funcionen de esa forma. No son analógicos a la realidad que documentan, pero son análogos al hombre y su percepción.
A pesar de esto, en ese poco tiempo que tuvimos de convivencia, hemos cometido idioteces tras idioteces. Pero entre nosotros nos juzgábamos. Conocimos nuestra vocación. Eso te gustó. Por las épocas por las que tu muerte era ya esperada y sabida conocimos la amistad y el amor. A veces pienso que el amor es sólo posible con vos. Con tu compañía, quiero decir. Para qué necesita amor un hombre? Un hombre no necesita recibir amor, necesita darlo, en todo caso. El que recibía el amor eras vos. Hasta que decidiste tu muerte. Tomaste la decisión por ambos, de que era mi vida la única que valía el esfuerzo. Tal vez ahora tenga que imitarte. Pensar al siguiente. Hacerlo, darlo a luz, dejarle mi esencia y la memoria de la tuya. Tal vez esto ya se hizo, y tu esencia me llega de segunda mano. En ese caso, le reprocho a mi antecesor el no haberte homenajeado como merecías.
Encontrarás la vida eterna en mi y la eternidad en todo lo que yo haga. Porque sólo hijo tuyo soy y sólo vos me hiciste verdaderamente. Amén.-



G.-





1 comentario:

  1. Nunca leí tan bello homenaje al niño muerto (moribundo, más bien) que llevamos adentro.

    Diría mil elogios a tus palabras, pero no vale la pena, ya están implícitos en ellas.

    A tu salud,

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