Un título como ese es una trampa para los ávidos refutadores de leyendas. Tranquilos, beatos, ya todo tendrá sentido. No es difícil reconocer que los hombres (y las mujeres. Cuando digo hombres me refiero al género humano todo) tenemos necesidades de cuya satisfacción no depende nuestra continuidad en la vida. Quiero decir, yo no puedo vivir sin comida, aire, agua y piso. Pero no es menos cierto que tampoco podría vivir sin arte, sin bicicletas, sin sexo, sin pensar, sin dormir, sin hablar. Hay miles de cosas innecesarias que se me hacen imprescindibles para continuar viviendo. Porque en algún punto uno negocia con la existencia. Yo no le tengo ningún aprecio a la vida en sí misma. Ninguno.
No creo que la vida valga la pena. Si sé que la vida es condición sine qua non para todo lo demás que tal vez sí valga la pena. Podría vivir sólo con aire, pan y agua. Pero no lo haría. Porque estas necesidades prescindibles son aquellas que para nosotros valen más que la vida o la no vida. Se soporta la existencia para presenciar el alba, para reabastecer las propias narinas del olor que emana determinada mujer, para demostrar mediante la propia voluntad que puede dársele al futuro el beneficio de la duda.
Incluso dentro de estas necesidades prescindibles encontramos algunas coyunturales y otras absolutas dentro de lo relativa que es nuestra existencia. Yo no imagino lo que queda de mi vida sin arte. Eso es en términos absolutos. En términos coyunturales, hoy no imagino o no quiero imaginar mi vida sin tocar cierta pieza, o sin abrazar a algún amigo. Es en esas cosas que declaramos necesarias que nos va la vida. En esas necesidades autoasignadas hacemos notoria nuestra voluntad.
Los religiosos deberán aceptar que el hombre puede vivir sin dios. Puede nacer, comer, reproducirse y morir sin que esa idea siquiera se le cruce por la cabeza. Y los no religiosos deberán aceptar que el hombre no puede vivir sin dios por una razón mucho más maravillosa que el cumplimiento de las exigencias de Natura: Porque no quiere. Voluntad! Bendita tu eres entre todas las esencias humanas. Una voluntad tan fuerte y tan subjetiva que trasciende al sujeto. Se vuelve universal e imprescindible. Voluntad que da a luz una necesidad. Es una necesidad que existe fruto de la voluntad de que exista.
Ortega y Gasset llamaría a este fenómeno con un vocablo que sigue apareciendo hasta en los rincones más inesperados: Amor. Dice: "Amar una cosa es estar empeñado en que exista; no admitir, en lo que depende de uno, la posibilidad de un universo donde aquel objeto esté ausente. (...)Amar es vivificación perenne, creación y conservaciónintencional de lo amado." Si congeniamos con esta definición - cosa fácil ya que es bastante comprensiva de muchos fenómenos - podemos entender por qué se siente en ocasiones la necesidad de una persona, o de cualquier cosa amada. Es una necesidad que encuentra su génesis en lo más profundo del alma humana. Y esto es así. Nace en el alma humana. No precede a la existencia del hombre, como sí lo hace la necesidad de comer. Muchachos, esto de amar es puramente nuestro! Encuentra su expresión fenoménica en lo más superficial: Su conducta. Esta necesidad autoprovocada de manera intencional es, a veces, más fuerte que las necesidades impuestas por la naturaleza.
¿Cuántos de nosotros nos hemos quedado sin comer, sin dormir, sin reproducirnos, sin ver el sol, sólo por amor a algo o a alguien? Sospecho que todos. Y el que no lo haya hecho, se lo recomiendo. Las necesidades de origen humano - esas prescindibles para seguir en el rubro de ser vivo - son mucho más pregnantes que las impuestas por una naturaleza que no se nos acomoda. Esto se ve a nivel individual y a nivel social. Sólo esto explica que se talen árboles para construir guitarras, que se haga explotar una montaña para construir joyería, que se exprima al planeta para andar en auto. Porque hay necesidades sin las cuales el hombre podría seguir viviendo, pero no quiere.
A la manera de obreros frente al patrón, ponemos nuestras condiciones para mantenernos con vida. Estas exigencias pueden variar entre continentes, sociedades e individuos. Pero hay algo común a todos. Todos necesitamos ser conmovidos. Le exigimos al mundo que nos presente momentos trascendentales. Sean estos cuales sean, no importa. Nadie quiere vivir sin magia. Puede llamarse amor, religión, vocación, participación política, libertad. Pero todo hombre vive por y para el fenómeno de la conmoción.
G.-
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