Existe cierto encanto en despertarse antes que el sol. Quien se despierta cuando todavía reinan las tinieblas se comporta como aquellos padres que despiertan lentamente y en cuotas a sus hijos. Dando cuenta de cada momento de ese despertar, propiciándolo y acompañándolo. Se trata de una sensación de unicidad irrefutable. Uno se encuentra sólo, pero sólo con el mundo. Sólo frente a un momento trascendental. Se trata de esa capacidad humana de leer ciertos fenómenos cotidianos e inexorables como si fueran únicos. Más que leer, percibir.Como hemos dicho alguna vez, percibir el nacimiento de lo nuevo. Casi sin tiempo de siquiera notar la muerte del día anterior.
No puedo dar fe de que lo que yo percibo como nacimiento del sol sea, en realidad, fruto de una simple rotación de una roca inconmensurable sobre la cual estoy parado. Y, honestamente, no quiero pensar eso. Si alguien siente el planeta girar, si alguno presiente la llegada del sol por sentir que el mundo está llegando a los 360º, si alguien de veras siente eso, podrá maravillarse con la tierra y su rotación imperturbable.
No sólo no siento que la tierra gire, sino que además percibo que el sol sube y luego cae, siendo esto análogo a la vida misma. Analogía que nos permite decir que el sol nace y muere y que un ser está en el alba, cenit u ocaso de su vida. En ese pensamiento metafórico se encuentra la unicidad con el universo. En sentir que el hombre y el mundo se manejan con lógicas similares. Entender que, después de todo, no nos hemos alejado tanto de la naturaleza y que existe la posibilidad de ser con el mundo. No porque le convenga al hombre, no porque le convenga al mundo, no porque de esa forma el universo vaya a ser más comprensible. Como todas, esta también es una decisión estética.
El atestiguar ciertas cosas deja una sensación de responsabilidad sobre ellas. Una quimera en la cual no sólo vimos el alba, sino que no hubiese sido posible sin nuestra presencia. Como aquellos padres, que con aplomo acompañan a sus hijos en el aprendizaje, creyendo que sin su compañía el aprendizaje no hubiera sido posible. Tal vez sea así, tal vez no. Pero sin duda el alba sería menos sublime sin mi presencia.
G.-
Levantarse antes del amanecer puede ser así de hermoso o así de terrible.
ResponderEliminarEl silencio imperturbable de la casa, ese aire de sueño que se respira, esa calma que quiere perdurar hasta lo infinito.
¿No te pasa que cuando te despertás antes que todos, antes que muchos, hacés todo en puntas de pie y como a escondidas? Hacer el menor ruido posible, hablarle bajito al perro, abrir despacio las puertas; y no por no despertar el otro, si no por seguir en el hilo nocturno, ser parte de ese silencio y de esa calma, entrar a hurtadillas en los sueños de los otros.
Como ser un espía de la noche sin que esta se dé cuenta.
Por el contrario, me gusta prender todas las luces, poner el agua a hervir en la pava silbadora, porque siento que sólo modificando la realidad puedo dar cuenta de que es la realidad. Sólo existe lo que hago.
ResponderEliminarMuchas gracias!
Escribí sobre la vejez. Sí?
ResponderEliminarHola, Gonzalo. Gracias por tu paso por el blog de Cartas. Me alegro que te haya gustado. Por cierto, no hay nada más reconfortante que teñirse por un cálido amanecer... Saludos.
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