Lo que no puedo dejar de notar es que la muerte nos encuentra todos los días. La muerte como fin de un estado. Si decimos que la muerte es el fin de la vida, en esencia, la muerte es el fin de un estado conocido, en reemplazo de otro desconocido. En términos más particulares, es el fin de la existencia. Es así que morimos, matamos, nacemos, damos a luz y abortamos mucho más seguido de lo que se cree. Yo mismo he matado más gente de la que he dejado vivir. Quiero decir con esto que olvidé a la gran mayoría de la gente que alguna vez conocí. Hoy no existen para mi. No porque sean malos, ni porque molestaran, ni porque su apariencia fuera despreciable. Es más, mucha de la gente que recuerdo a diario porta alguna de esas características. Así como también a todos he dado a luz. A todos aquellos a quienes conocí, les permití la vida. Hasta que los maté. O no.
Desde otro ángulo, son más las veces que me mataron que las veces que me dieron a luz. Morir es siempre angustiante, porque representa el fin de lo conocido y el comienzo o no de otra cosa. El nacer es ora esperanzador, ora insoportable. Lo que representa el sufrimiento más inhumano, lo verdaderamente indeseable y lo que nos somete a las más profundas depresiones meditativas, es ese espacio maldito, esa fracción de mundo, ese lapso de suplicio en el que se muere y todavía no se nace.
Lo que nos lleva a la náusea no es la muerte en sí misma, no es el dolor. Es la sensación de la muerte que todavía no permite ver el nacimiento de lo nuevo. Para aterrizar un poco, digamos que un tipo termina una relación de pareja. La angustia que manifiesta este hombre, no será tal hasta que no sienta la ignorancia del porvenir. Nadie se angustia hasta que no se presenta la incertidumbre. Uno puede manejar cualquier verdad que el mundo le cague en el plato. Pero la pregunta que todo el mundo se hace y con la cual sobreviene la peor de las depresiones, es "¿Y qué carajo hago con esto?".
He aquí una vez más, nuestra amiga, la idea de libertad. Todo ser animado se siente en la obligación de hacer algo al respecto de algo. Porque si no se hace algo, nada viene en reemplazo de lo que ha muerto. Y si nada viene a reemplazar lo ahora inexistente, hemos muerto de veras.
Pero no por toda esta perorata vaya el lector a creerse que morir es un bajón y que nacer es fiesta. Todo ser que cuente con más de dos décadas en el mundo conoce la pereza que da nacer constantemente. Aún más cuando uno nace para gente a la cual uno tiene ganas de matar antes de que nazcan para uno. Uno empieza a ver todo como una ecuación que podría haberse simplificado allanando así el camino hacia una muerte verdadera.
No sólo se vuelve insorportable nacer para otros. Incluso nacer para uno mismo se convierte en un ethos detestable. Pensar que cuando uno muere de niño nace de púber, al morir el púber nace el adolescente, al morir este nace el adulto, al nacer el padre nace el imbécil, al nacer el viejo muere el hombre, y finalmente y con algo de suerte, al morir el viejo nace un recuerdo. Por fin y finalmente (nótese que subyace a todo este escrito el binomio fin-finalidad) nace algo que ya no existe. Nace esencia pura. Sólo ahí se está a la par de dios. En la cabeza, pero no en el mundo. Actuando sin actuar, modificando las cosas sin existir. Pero siendo. Joder, siendo más que nunca y que nadie.
Alguna vez alguien se preguntó si un árbol hace ruido al caer en medio de un bosque, aunque nadie lo escuche. Yo hoy me pregunto si un ciego con pecas tiene pecas, por más que todo el mundo las vea.
G.
¿El devenir de la existencia se basa en esta dicotomía matar/nacer? Es como pensar los momentos como compartimentos estancos, como estadíos que hacen un borrón y cuenta nueva con la etapa anterior. Como si fuéramos una tabula rasa... Eso sería tanto más fácil! Mientras que, en realidad, creo que llevamos nuestros pseudo cadáveres a cuestas. Todo el tiempo. El púber carga con el cuerpo moribundo del niño que fue y que se niega a terminar de morir y así sucesivamente. Más que cementerios, somos salas de terapia intensiva. O peor, geriátricos...
ResponderEliminarMuy bien! Sin duda! En eso va el próximo post. La memoria. Sin duda escencia del hombre.
ResponderEliminarAnónimo con "tábula rasa" resignó el anonimato.
Gracias por comentar.
Gonza...me gustó mucho este post. Me hace acordar al túnel cuando Juan Pablo iba en el tren y "mata" a una persona porque sabe que nunca más la iba a volver a ver en su vida. Yo creo que la vida humana pasa en gran medida por quienes todavía tienen proyectos, es decir, quienes todavía tienen energía creadora. El hablar de hacer algo en un futuro te hace sentir vivo. Lamentablemente hay mucha gente que vive por inercia sin motivos y eso es estar practicamente muerto en vida. Pero también la vida te sorprende porque también hay gente a la que uno les descubre cosas que no habían salido a la luz cuando vivía (arte por ejemplo) y las disfruta como si esa persona estuviera viva. Luego paso a leer los otros posts. No tengo mucho tiempo ahora.
ResponderEliminarGracias, papón! Totalmente. El proyectarse da la sensación de estar vivo. Es que de última, es dar a luz al nuevo uno. Gracias por comentar! Estaría bueno poder meter los comentarios en la entrada. La enriquecen muchísimo.
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