Buscando entre las cosas que nos diferencian del resto de las criaturas que habitan el mundo, muchos hablaron de la razón, el lenguaje, los símbolos, la psique, etc. Poco se ha hablado de la memoria. Sin la capacidad de retener en la memoria los sucesos, pensamientos, sensaciones, códigos, etc. ninguna de las otras características tendrían ningún valor. En realidad, ni siquiera sabríamos de su existencia. En esa capacidad de recordar estriba el génesis de la esencia que subyace a cualquier cosa. Ayer decíamos que "nace esencia pura. Sólo ahí se está a la par de dios. En la cabeza, pero no en el mundo."
En esta sintonía, alguna vez se dijo que vivir consiste en producir recuerdos. Nada más, y nada menos. Todo lo que hacemos e hicimos y todo lo que haremos no será más que memoria. Tal es así, que en el ejercicio de la capacidad humana de extraer la esencia de las cosas, como pregonaba Aristóteles, no queda más que eso. Esencia. Porque, en definitiva, es lo codificable. Si un código quisiera abarcar todo lo fenoménico, no podría. Y si aún así lo hiciera, sería completamente inútil. De qué nos serviría tener un nombre distinto para cada cigarrillo que hemos fumado? Sólo puede codificarse aquel fenómeno que hemos entendido y cuya esencia hemos extraído. A su vez, hoy se cree que sólo puede conocerse lo que está codificado. Una dialéctica que camina renga por el poco fundamento que guarda la segunda proposición.
Sin embargo, la relación dialéctica que si conocemos y sufrimos a diario es la que se da entre idea y fenómeno. Entre esencia y hecho. Esta es un poco más universal que la planteada anteriormente. Analizando esta relación es que uno se empieza a sentir cada vez más lejano de la realidad. En principio, por no poder escapar de un lenguaje. Y digo un lenguaje con la peor intención. Porque uno puede escaparse de todos los lenguajes que quiera. Pero nunca puede quedar sin lenguaje. Es inherente al hombre manejar al menos un código. Por supuesto que yo puedo dejar de hablar español, si quiero. Nadie duda de que podría comunicarme por señas, por sonidos no verbales, y por cuantos medios se me ocurran. Sin embargo, siempre habrá lenguaje, sea este cual sea. Porque el pensar humano necesita generar esencia, y esto significa generar lenguaje. Ahora, no todo lenguaje es código. El arte es un lenguaje que no construye código. Se ha vuelto completamente asemántico, a diferencia de cualquier idioma. Aún siendo portador de esencia, al igual que el idioma. Sin embargo, este último es código por ser determinado. "No" significa no. Mientras que blanco sobre blanco, 4'33'' y El beso, no significan nada.
La sensación de no poder escapar de los códigos, hace que uno se sienta pura idea. Y pura idea es menos hecho. Y menos hecho o fenómeno es alejarse del mundo real. Y ahí nos encontramos con lo que M. Cioran llama "El presentimiento de la locura". La ¿sana? sensación de estar enloqueciendo. Como sabemos, la locura no es la pérdida de la razón sino la pérdida del sentido común. Ahora, resulta extraño que la puesta en práctica rigurosa y estricta de los códigos comunes (expresivos de un sentido común) nos lleve al presentimiento de la locura. Es que en rigor, la característica más saliente de la locura sin dudas es esta: El rigor. Lo exacerbado de las cosas. Sea esto la razón, el lenguaje, los símbolos, la psique, etc. Incluso el mismísimo sentido común en estado exacerbado nos remitiría a la idea de locura.
El loco será loco cuando ya no recuerde lo que era ser cuerdo. Cuando haya perdido la esencia de la cordura. Cuando haya perdido el recuerdo. Cuando se haya cansado de cargar con pseudo-cadáveres y ¿opte? por cerrar el geriátrico.-
G.