jueves, 29 de julio de 2010

De la memoria, los códigos y la locura

En la entrada de ayer un anónimo planteaba que en realidad "llevamos nuestros pseudo cadáveres a cuestas. Todo el tiempo. El púber carga con el cuerpo moribundo del niño que fue y que se niega a terminar de morir y así sucesivamente. Más que cementerios, somos salas de terapia intensiva." Completamente cierto. Por eso es angustiante morir y nacer. Porque se tiene recuerdo de ello. Tener recuerdo significa tener conciencia a largo plazo.
Buscando entre las cosas que nos diferencian del resto de las criaturas que habitan el mundo, muchos hablaron de la razón, el lenguaje, los símbolos, la psique, etc. Poco se ha hablado de la memoria. Sin la capacidad de retener en la memoria los sucesos, pensamientos, sensaciones, códigos, etc. ninguna de las otras características tendrían ningún valor. En realidad, ni siquiera sabríamos de su existencia. En esa capacidad de recordar estriba el génesis de la esencia que subyace a cualquier cosa. Ayer decíamos que "nace esencia pura. Sólo ahí se está a la par de dios. En la cabeza, pero no en el mundo."
En esta sintonía, alguna vez se dijo que vivir consiste en producir recuerdos. Nada más, y nada menos. Todo lo que hacemos e hicimos y todo lo que haremos no será más que memoria. Tal es así, que en el ejercicio de la capacidad humana de extraer la esencia de las cosas, como pregonaba Aristóteles, no queda más que eso. Esencia. Porque, en definitiva, es lo codificable. Si un código quisiera abarcar todo lo fenoménico, no podría. Y si aún así lo hiciera, sería completamente inútil. De qué nos serviría tener un nombre distinto para cada cigarrillo que hemos fumado? Sólo puede codificarse aquel fenómeno que hemos entendido y cuya esencia hemos extraído. A su vez, hoy se cree que sólo puede conocerse lo que está codificado. Una dialéctica que camina renga por el poco fundamento que guarda la segunda proposición.
Sin embargo, la relación dialéctica que si conocemos y sufrimos a diario es la que se da entre idea y fenómeno. Entre esencia y hecho. Esta es un poco más universal que la planteada anteriormente. Analizando esta relación es que uno se empieza a sentir cada vez más lejano de la realidad. En principio, por no poder escapar de un lenguaje. Y digo un lenguaje con la peor intención. Porque uno puede escaparse de todos los lenguajes que quiera. Pero nunca puede quedar sin lenguaje. Es inherente al hombre manejar al menos un código. Por supuesto que yo puedo dejar de hablar español, si quiero. Nadie duda de que podría comunicarme por señas, por sonidos no verbales, y por cuantos medios se me ocurran. Sin embargo, siempre habrá lenguaje, sea este cual sea. Porque el pensar humano necesita generar esencia, y esto significa generar lenguaje. Ahora, no todo lenguaje es código. El arte es un lenguaje que no construye código. Se ha vuelto completamente asemántico, a diferencia de cualquier idioma. Aún siendo portador de esencia, al igual que el idioma. Sin embargo, este último es código por ser determinado. "No" significa no. Mientras que blanco sobre blanco, 4'33'' y El beso, no significan nada.
La sensación de no poder escapar de los códigos, hace que uno se sienta pura idea. Y pura idea es menos hecho. Y menos hecho o fenómeno es alejarse del mundo real. Y ahí nos encontramos con lo que M. Cioran llama "El presentimiento de la locura". La ¿sana? sensación de estar enloqueciendo. Como sabemos, la locura no es la pérdida de la razón sino la pérdida del sentido común. Ahora, resulta extraño que la puesta en práctica rigurosa y estricta de los códigos comunes (expresivos de un sentido común) nos lleve al presentimiento de la locura. Es que en rigor, la característica más saliente de la locura sin dudas es esta: El rigor. Lo exacerbado de las cosas. Sea esto la razón, el lenguaje, los símbolos, la psique, etc. Incluso el mismísimo sentido común en estado exacerbado nos remitiría a la idea de locura.
El loco será loco cuando ya no recuerde lo que era ser cuerdo. Cuando haya perdido la esencia de la cordura. Cuando haya perdido el recuerdo. Cuando se haya cansado de cargar con pseudo-cadáveres y ¿opte? por cerrar el geriátrico.-



G.

miércoles, 28 de julio de 2010

Delfin y la Muerte

La idea de la muerte ha quitado el sueño a todos los hombres desde el principio de los tiempos. En esta idea se basa la noción de tiempo, y en esta noción hace pie la idea de sucesión de hechos ordenables en un "espacio" temporal.
Lo que no puedo dejar de notar es que la muerte nos encuentra todos los días. La muerte como fin de un estado. Si decimos que la muerte es el fin de la vida, en esencia, la muerte es el fin de un estado conocido, en reemplazo de otro desconocido. En términos más particulares, es el fin de la existencia. Es así que morimos, matamos, nacemos, damos a luz y abortamos mucho más seguido de lo que se cree. Yo mismo he matado más gente de la que he dejado vivir. Quiero decir con esto que olvidé a la gran mayoría de la gente que alguna vez conocí. Hoy no existen para mi. No porque sean malos, ni porque molestaran, ni porque su apariencia fuera despreciable. Es más, mucha de la gente que recuerdo a diario porta alguna de esas características. Así como también a todos he dado a luz. A todos aquellos a quienes conocí, les permití la vida. Hasta que los maté. O no.
Desde otro ángulo, son más las veces que me mataron que las veces que me dieron a luz. Morir es siempre angustiante, porque representa el fin de lo conocido y el comienzo o no de otra cosa. El nacer es ora esperanzador, ora insoportable. Lo que representa el sufrimiento más inhumano, lo verdaderamente indeseable y lo que nos somete a las más profundas depresiones meditativas, es ese espacio maldito, esa fracción de mundo, ese lapso de suplicio en el que se muere y todavía no se nace.
Lo que nos lleva a la náusea no es la muerte en sí misma, no es el dolor. Es la sensación de la muerte que todavía no permite ver el nacimiento de lo nuevo. Para aterrizar un poco, digamos que un tipo termina una relación de pareja. La angustia que manifiesta este hombre, no será tal hasta que no sienta la ignorancia del porvenir. Nadie se angustia hasta que no se presenta la incertidumbre. Uno puede manejar cualquier verdad que el mundo le cague en el plato. Pero la pregunta que todo el mundo se hace y con la cual sobreviene la peor de las depresiones, es "¿Y qué carajo hago con esto?".
He aquí una vez más, nuestra amiga, la idea de libertad. Todo ser animado se siente en la obligación de hacer algo al respecto de algo. Porque si no se hace algo, nada viene en reemplazo de lo que ha muerto. Y si nada viene a reemplazar lo ahora inexistente, hemos muerto de veras.

Pero no por toda esta perorata vaya el lector a creerse que morir es un bajón y que nacer es fiesta. Todo ser que cuente con más de dos décadas en el mundo conoce la pereza que da nacer constantemente. Aún más cuando uno nace para gente a la cual uno tiene ganas de matar antes de que nazcan para uno. Uno empieza a ver todo como una ecuación que podría haberse simplificado allanando así el camino hacia una muerte verdadera.
No sólo se vuelve insorportable nacer para otros. Incluso nacer para uno mismo se convierte en un ethos detestable. Pensar que cuando uno muere de niño nace de púber, al morir el púber nace el adolescente, al morir este nace el adulto, al nacer el padre nace el imbécil, al nacer el viejo muere el hombre, y finalmente y con algo de suerte, al morir el viejo nace un recuerdo. Por fin y finalmente (nótese que subyace a todo este escrito el binomio fin-finalidad) nace algo que ya no existe. Nace esencia pura. Sólo ahí se está a la par de dios. En la cabeza, pero no en el mundo. Actuando sin actuar, modificando las cosas sin existir. Pero siendo. Joder, siendo más que nunca y que nadie.
Alguna vez alguien se preguntó si un árbol hace ruido al caer en medio de un bosque, aunque nadie lo escuche. Yo hoy me pregunto si un ciego con pecas tiene pecas, por más que todo el mundo las vea.




G.



martes, 27 de julio de 2010

Inauguración Pecaminosa

Esta publicación periódica que será carente de regularidad nace de un pecado desvergonzadamente confeso: La soberbia. Nace de la idea de que quien suscribe tiene algo para decir y que vale la pena que sea oído por otros.
No es nuevo. Es una idea que me persigue hace tiempo. Tampoco serán nuevas las cosas que publique. Quienes me conocen seguramente ya las han oído en conversaciones informales que, por lo general, olvido.
No siempre estaré suscripto al código de la razón. Esto significa que quienes se sometan a la lectura de estas publicaciones encontrarán contradicciones entre las distintas entradas, e incluso dentro de una misma. No es un capricho. Es la decisión consciente de ponderar la realidad por sobre el código vigente, es decir, la razón. Los instruidos dirán: "¿La realidad? ¿Cómo se interpreta la realidad sin acudir al código vigente?". Y tendrán razón. Sólo razón. Yo también me pregunto cómo se interpreta la realidad acudiendo al código vigente, visto que hace más de un siglo que recolectamos evidencias que nos escupen en la cara verdades divergentes del código vigente.
La realidad se interpreta, se conoce y punto. No es la gnoseología la problemática a la que suscribe esta entrada inaugural.
Las alusiones a Dios estarán a la orden del día. Nunca cuestionando su existencia fenoménica, porque no nos interesa. Para evitar futuras confusiones, más vale aclararlo aquí. Si congeniamos con la idea sartreana de que en el hombre la existencia precede a la esencia, en el caso de dios encontramos una esencia, o muchas. Pero de existencia nada sabemos. No se puede negar la esencia de dios. Y es a eso a lo que se hará referencia frecuentemente. A la idea de dios. A la figura poética que significa. Sin duda el título del blog tiene algo que ver con esto. Hoy no queda un sólo fenómeno que personifique a este dios. El mundo de dios, el mundo que el hombre no controla, el mundo que el hombre se encontró al llegar, ya no existe. Hemos hecho nuestro propio mundo, viva! También por la sensación de nostalgia por un mundo que no sé bien si alguna vez existió es que nace este blog. El mundo de dios. Igual de injusto que el mundo de los hombres, pero injusto de forma inexorable. La injusticia de los hombres es elegida, planeada e instrumentada. Es nuestra culpa. Es mi culpa. Hoy dios vive en reservas. Dios es un indígena del siglo XXI en boca de todos y cuya esencia se desconoce. Dios, que siempre fue esencia hoy es reivindicado como fenómeno por los mismos fulanos que llenos de la misma soberbia que motiva este blog se escaparon del paraíso. Porque, no nos engañemos, el hombre se siente expulsado del paraíso porque no entiende qué hace afuera. Pero el hombre de antaño reconoció su libertad y la puso en práctica, quiso crear, y creó. En el afán de hacer algo propio hizo esto. Bien, este es nuestro mundo y ya no se puede negar. Dios no juega. Dios está en el banco. Este es mi mundo, soy libre y quiero crear. A pesar de que prefiero otros lenguajes al verbo (si, les juro que existen otros), me decido a escribir. Como todo hombre, por miedo a la soledad y miedo a la muerte, que en definitiva son la misma cosa. O también puede mirarse desde el otro lado y decir que el hombre se motiva por amor y amistad. Es la misma cosa.
Sin más ganas de preludiar, se va la primera.


G.