viernes, 29 de julio de 2011

De lo virtual y lo real




Retomo la actividad de este blog motivado por la coyuntura de estos tiempos eleccionarios. A partir de la primera vuelta en la Ciudad de Buenos Aires se han escuchado muchísimas críticas y autocríticas respecto de las diversas campañas. Incluyendo éstas desde posicionamientos desde la praxis y el discurso hasta mera estrategia publicitaria. "El electorado porteño pedía autonomía y un discurso de derecha y el negro sobre el azul no se lee".

No obstante, voy a dedicarme al análisis de un tipo de campaña y de un tipo de militancia, que es el que se desarrolla a través de las nuevas tecnologías. Pero no se puede pensar ese fenómeno desligándolo de lo que sucede fuera del ámbito "virtual". Mucho se dice hoy sobre la herramienta democrática que es internet y de cómo el usuario deja de ser un mero receptor de información para transformarse también en productor. Vamos a hacer tambalear este supuesto básico para ver qué tanto es así y, tal vez, encontrar alguna otra verdad.

Recorriendo la "blogósfera" y la web en general uno se encuentra con los contenidos más diversos. Sin embargo, existe siempre una referencia a alguna fuente de la información puesta en juego. En la mayoría de los casos, la información sobre la que se construye un nuevo discurso proviene de algún medio de comunicación tradicional, con o sin presencia en internet. Es preciso aceptar esta relación dialéctica que existe entre medios tradicionales y nuevas tecnologías y la retroalimentación que existe entre éstos.

Por la característica naturalmente democrática que tiene internet, es prácticamente imposible la censura o el silenciamiento de alguna expresión. Por la esencia puramente capitalista de los medios tradicionales (en el sentido de que quien posee el medio decide una línea editorial y elige a quién puede o no utilizar ese medio), es moneda corriente que en cierto medio no se digan ciertas cosas y sí se machaque sobre otras. Esto no sólo significa que el que no posee acceso a internet sólo se queda con los medios tradicionales. También significa que, tomando la relación dialéctica previamente enunciada, los medios que provee la web también están condicionados por los medios tradicionales. En gran medida, encontramos simples repetidores de lo que se expresa en medios tradicionales.

Esto no es algo que pueda sorprendernos. Desde siempre, cuando el hombre descubre o desarrolla una nueva tecnología la utiliza, en principio, para reiterar un discurso antiguo. Pero también encontramos cierta necesidad insoslayable de apoyar el discurso propio en algún discurso previamente enunciado que signifique alguna autoridad. En el caso argentino en general y porteño en particular, tal vez tenga que ver con esa autoestima que va recuperándose poco a poco. La pérdida total de esa autoestima había significado también la pérdida de la voz propia, a partir de la incapacidad de decir algo que no esté refrendado por alguna "autoridad". Hoy pareciera que, en buena medida, los medios tradicionales se mantienen en un lugar de autoridad sobre los nuevos medios.

Inmediatamente pensamos que una mayor autoridad, un derecho más amplio y un poder mayor (para dejarnos de eufemismos), implica también una responsabilidad mayor. Es decir, yo podría en este blog decir que un empresario defrauda al estado y a nadie le importaría demasiado. A nadie le importaría en absoluto hasta que eso no aparezca en un medio tradicional. Esto se debe a que yo, en rigor, hoy, no tengo ninguna responsabilidad sobre lo que aquí se escriba. No debo defender la información expuesta con pruebas. No porque no me lo exige ninguna ley sino porque no me lo exige ningún lector.

Entonces, visto que quien produce información y la comunica a través de las nuevas tecnologías se encuentra en desventaja respecto de los medios tradicionales, que su producción está también condicionada por estos medios (porque aunque no sea lo mejor, establecen límites a lo posible), que no existen expectativas de verdad irrefutable sobre lo que se publique por la web, que todavía es necesario subsidiar las opiniones con información proveniente de medios con "autoridad"; el rol del ciudadano activo, del cybermilitante, de quien expresa contenidos que a todos competen a través de la web, es categorizar el espacio, el medio y el discurso.

Es imprescindible ir dejando de lado la dependencia discursiva, ofrecer algo distinto a lo que ofrecen los medios tradicionales. Éste medio nos permite documentar prácticamente todo lo que digamos (diferencio la "documentación" de la "cita de autoridad") . Mal que nos pese, eso es algo distinto a lo que suelen hacer los medios ortodoxos. Ofrecer algo distinto implica generar una nueva demanda. Ahí llegamos al auténtico rol del "cybermilitante". Generar una demanda de contenidos con una documentación y fundamentación más exhaustiva que la de cualquier otro medio. No hay ley que garantice el nacimiento de algo y su continuidad en el tiempo. Lo único que garantiza ésto es una demanda genuina de ese nacimiento y una necesidad inevitable de que eso continúe existiendo.

Para concluir, es preciso decir que si planteamos una independencia de los discursos hegemónicos, nuestra conexión con la realidad no puede darse a través de esos discursos. La conexión, creo yo, debe ser personal. Si la realidad en discusión figura en un documento, ir a ese documento. Si la realidad consta en un barrio, visitar dicho barrio. De esta forma, estas tecnologías que pensamos nos alejarían, terminan siendo la mejor excusa para estar más cerca en lo fenoménico. Esa debería ser la mayor aspiración de los cyber-comunicadores: acercar el fenómeno. En la campaña que se dio en la Ciudad a través de la web, vimos mucho este acercar-una-realidad a quien sospechamos no la conocería. Quisiera decir alguna cosa más respecto de ésto, pero me abstendré hasta conocer los resultados de éste Domingo.

Por último, les dejo un video del Director Nacional Electoral, por si a alguno le interesa ser fiscal en Octubre:









Abrazo,


G.-

jueves, 21 de abril de 2011

Vómito I




De repente uno se encuentra sumido en la depresión más hastiosa sin saber exactamente por qué. En ocasiones me descubro llorando la muerte de la esposa que nunca tuve, con una angustia tan genuina y sentida que cualquiera sentiría pena y sufriría también por la muerta inexistente. Sin previo aviso me encuentro escuchando música que yo no decidí que me gustaría. Mientras una bolsa de cartón me mira a través de sus manijas, culpándome, escupiéndome blasfemias de viruta y aserrín.

Todos los objetos que constituyen el universo fenoménico y perceptible se empeñan, en un magnífico trabajo de equipo, en demostrarme de manera indiscutible que soy un extraterrestre. Pero no de esos extraterrestres que con voz ronca y muecas bien estudiadas nos hacen reir, ni tampoco de esos con ánimos de erigirse como reyes de la tierra. Todo lo perceptible, en franco y confeso convenio, me dice en letra imprenta y mayúscula que yo soy un extranjero. Que el mundo es así, y no nos gusta que sea así, pero nos gusta que no cambie.

No. Yo no les voy a dar el gusto. O no me importa si significa un gusto o no. Yo no voy a dar el brazo a torcer. Uno elige cuando parar, pero también uno elige cuando no parar. Yo no quiero y no puedo parar. No me van a ganar. Ninguno de ustedes y su estado de las cosas me va a desmoralizar ni mucho menos hacerme abandonar. Sí se puede romper el techo con la cabeza. Me ocuparé de encontrar gente que no esté loca, como todos ustedes, que me acompañe y a la cual acompañar. Pase lo que pase, no voy a parar ni a dar siquiera un amague de paso hacia atrás.

Cuando el cansancio se acumula me gusta pensar que en realidad estoy muerto. Que nada importa verdaderamente demasiado y que está bien que a nadie le importe mucho ninguna cosa. Gusto de escuchar música anestésica que de la sana sensación de estar fuera del mundo. Mirar televisión. Mirar televisión! Por ahí va! Esa es la que va. La prendo y todos ustedes se van a recagar fuego. El universo de fenómenos complotantes en mi contra pueden reventar de una buena vez por espacio de media hora con interesantísimos espacios publicitarios de cinco minutos cada cinco minutos.

Y en última instancia, si no hago nada, ¿Quién me va a venir a decir algo? Si nadie o muy pocos han hecho realmente algo. Si casi todos sucumben en algún momento, o desde el principio, a su propia comodidad. NO. Por qué no? Es lo que hay que hacer para ser uno más. Para no sentirse sólo nunca más. Lo que hacen los demás. Adaptarse. No es tan difícil. Te dejás de romper las pelotas y te ponés un collar en el cuello. Cada tanto te olvidás de Jauretche y cambiás el collar. Algunos lo cambian cada año porque parece que si no, se desvaloriza. Y mirá que bueno que está esto, aún no habiendo hecho nada, te podés quejar, aparentando así que te importa, casi dejando la sensación de que, de alguna manera, algo hacés.

No sé por qué. Pero no. Por ahora no. Mejor dicho, no. Sólo no. Y si me muero, me muero. De cualquier manera nunca me acostumbré a vivir. En el fondo, muy en el fondo, uno sólo quería que lo taparan de noche. Que de vez en cuando, te den algún gusto. Y lo hicieron! Lo hicieron! Si, pero por qué la inconformidad? Dónde está el límite entre la búsqueda de mejorar y el ser un infeliz crónico? ¿En qué momento se convierte uno en un hijo de puta?

De última, si me canso mucho, me hago amigo de Altamira y juntos prendemos fuego todo este puto mundo que no se deja reconstruir. Sospecho que no es demasiado selectivo con sus amistades. Tampoco con sus enemigos. Igual, sobre el pucho también lo haría cagar fuego al sorete de Altamira.
Y sobre todas las cosas, la incapacidad de amar. Irse a dormir más borracho y enfermo que nunca, sin poder vomitar.