Más de tres años han pasado desde el último artículo publicado en este espacio. Durante ese tiempo tuvieron lugar varias tentativas de regreso que no progresaron, por motivos que ya no son de interés. Incluso esto mismo fue escrito, eliminado, reescrito, repensado varias veces. Cuesta volver. Siempre. A veces no se puede.
Hoy hacemos resucitar este muerto para abordar un tema que había quedado vacante, aunque siempre estuvo presente en los escritos anteriores, que cada tanto revisito. La otredad es algo altamente complejo de analizar dado que es tremendamente trabajoso des-centrarse. Salir de uno mismo para pensar a los otros como sujetos, pero sin objetivarse a uno mismo. El concepto de "los otros" se ve continuamente atravesado por vectores tan disímiles como las relaciones de poder, factores psicológicos, sociales y económicos.
Intentaremos analizar el lugar de los otros en grado ascendente de cercanía de los sujetos. Podemos partir de la relación más lejana que uno establece con cualquiera en los centros urbanos: El encuentro en la vía pública. Ese otro es un otro que no es ni objeto ni sujeto. No podemos hacer de él lo que queramos, pero tampoco parece merecer nuestra preocupación ni nuestra atención. Si se establece vínculo, se ve supeditado a la función que cada agente cumple dentro del entramado. No hay diferencia real entre el que saluda al colectivero y el que sólo dice hasta donde va. Ambos tienen un código preestablecido de interacción funcional. La única oportunidad de llegar a una conciencia más o menos profunda sobre la existencia de ese otro como un otro no reemplazable por cualquier otro depende de la aparición de un conflicto. Entre agentes que simplemente trafican códigos de convivencia y cumplimiento de funciones, lo único que puede generar el conflicto es la traición a los códigos o el incumplimiento de las funciones. "Tres pesos" - "¿A dónde vas?". Sólo en ese caso y siempre a raíz de un reclamo es que nos vinculamos reconociendo a un otro como sujeto al que tenemos que dilucidar con velocidad para hacerlo cumplir o evitar que nos haga cumplir a nosotros-no en sentido objetivante sino en terminos de relación sujeto-sujeto. Todos los vectores que entrecruzan esa relación aparecen ahí: Poder, psico, socio, eco.
En segundo lugar, vemos a aquellos otros que no distan mucho de los primeros, pero que son más frecuentes y siempre los mismos: La chica del kiosco, el tipo que te carga la sube, el encargado del edificio. Todas relaciones funcionales y utilitarias con la característica no menor de permanecer en el tiempo, tal vez más que otros vínculos más profundos.
Distinguimos después otros que ya no podemos evitar reconocer como sujetos, dado que estarán alrededor algún tiempo: Compañeros de trabajo, de la facultad, incluso amigos de amigos. Pueden darse conflictos en estas relaciones, pero la mayoría de los sujetos suelen estar más predispuestos a la negociación en ese tipo de relación que en relaciones más profundas.
Merecería un artículo aparte el pensar la relación con la otredad en la lucha económica o en los conflictos políticos. Sobre todo en los tiempos de la "grieta" -concepto que logra con encomiable eficacia destruir sujetos de uno y otro lado, si hubiera lados. Es notable cómo en el debate político entre facciones enfrentadas hay ocasiones en que uno de los contendientes termina por objetivar al otro, pero es más notable aún cuando uno se encuentra con agentes que se objetivan solos. En general, esos son los que renuncian al fondo del debate y a las verdades, dejando en claro que lo único que querían expresar era una idea que posiblemente no fuera suya.
Donde se percibe una manifestación más palpable, cotidiana y hasta dolorosa de los conflictos sujeto-sujeto es en las relaciones más cercanas y profundas. Amor. En todos los sentidos. Amigos, gente a la que uno quiere, familia, parejas trascendentales. Gente que te puede hacer llorar. Gente que puede hacer que dejes de llorar, pero de verdad. Gente entre la que no estás solo, como uno puede sentirse entre otra gente. La relación con ese otro es completamente diferente. Lo que con los otros precedentes carecía de toda importancia, con los otros más cercanos se vuelve indispensable, lo negociable se vuelve inamovible.
¿Cómo se construye esa otredad más cercana al sujeto, al punto de transformar al propio sujeto? "El amor de Eros es un amor sin otro. Eros ama en función de un faltante, de lo que a mi me falta. Busco a alguien no por lo que esta persona me pueda dar, sino a partir de lo que yo pretendo que el otro sea." El Amor, en Mentira la Verdad (programa altamente recomendable en canal Encuentro). Eso es absolutamente opinable por varias razones. Sin embargo, la más contundente es la que prosigue: Si así fuera, nadie cambiaría al estar en pareja o al hacerse de un amigo trascendental. Y lo cierto es que todos cambiamos. Porque todos (o la mayoría) en algún punto, o por momentos, renunciamos a nosotros mismos para poder estar con un otro, para que siquiera pueda existir "el otro" como concepto. Sigue Mentira la Verdad: "Pero el otro nunca encaja. Hay dos opciones: O el otro se transforma para encajar en lo que yo pretendo, o no hay vínculo posible". También discutible, porque nadie cambia tanto como para poder encajar completamente con un otro. Todos tenemos cosas innegociables, y por eso existe el concepto de otro. Pero sigue hablando Darío, ahora plantea algo nuevo: "Pero se puede pensar al amor de otro modo. Simone Weil afirma que el ser humano por naturaleza busca permanentemente expandirse, desplegar su ser, ejercer su poder. Lo humano se impone, se instala, acapara. Pero, ¿Podemos ir en contra de nuestra naturaleza? ¿De nosotros mismos? Simone Wail nos da una pista, ¿Y si el amor es una renuncia?¿Y si es una retirada? Eso que los cristianos primitivos llamaban 'amor como ágape'. Se trata de otra manera de definir al amor. Un amor que no cosifique, un amor desde la desapropiación y desde el desapego. Un amor con el que no se gana, sino que se pierde. Se da, se entrega. ¿Pero puede funcionar así en una pareja? Dice Adorno en "Mínima Moralia", 'Sólo serás amado el día que puedas mostrarte débil sin que el otro lo aproveche para mostrar su fuerza". Hay una prioridad del otro, pero sobre todo hay una pérdida del yo." Esto ya es otra cosa, pero sigue estando construido sobre la mirada de un sujeto que parece decidir si cede o no su individualidad en favor de una comunión. Lo interesante del planteo de Adorno es que combina dos renuncias simultáneas: En primer lugar, la muestra de debilidad implica la renuncia al poder, y en segundo lugar, es precisamente la renuncia al ejercicio de poder frente a la debilidad de ese otro.
Lo interesante es que son dos otros absolutamente distintos los que se construyen a partir de esas dos formas de amor. En el primer caso, el amor de Eros, pretende construir un otro objetivado, que en la realidad nunca sucede porque nadie se deja objetivar y tampoco hay muchos amantes de objetos, porque en el fondo todos odiamos algún que otro contorno de nuestras formas y nadie querría un encastre perfecto que festeje nuestras imperfecciones, al menos no por mucho tiempo. En el segundo concepto de amor, se construye un otro pero en colaboración con uno, en el sentido de que hay un A que habilita un espacio de poder al mostrar debilidad y se presume un B que en lugar de aprovechar ese espacio para ejercer su poder, lo deja vacante -y si puede lo acolchona un poco- para que A despliegue su debilidad en confianza, y sea.
Ahora, las preguntas son obvias, ¿Qué sucede cuando B no elige que A sea, y prefiere ser él? ¿Si hay dos sujetos que renuncian a sí mismos, queda alguno? ¿Hay alguien en este mundo que elija ser A? No deja de haber una relación de poder en ningún momento. B tiene el poder de decidir aprovechar la debilidad de A para ejercer su poder o para dejar que A sea. A tiene el poder de no mostrarse débil en ningún momento. B tiene el poder de no darle jamás a A la confianza para mostrarse débil, en cuyo caso el vínculo es más difícil aún.
"En el amor no hay contratos. Si hay contrato, no hay amor: Hay estrategia" dice Darío. Si no hay contratos que resuelvan disputas de poder, habrá disputas de poder. Tal vez la construcción de un otro camine por esa vía, la de la disputa con buena fe. Pero a sabiendas de que nunca hay renuncias absolutas, ni de A ni de B, no puede evadirse la disputa.
Un otro con amor es tremendamente más conflictivo que un otro sin amor. La conflictividad en la construcción el otro es creciente en tanto que crece el amor. Los sujetos parecen generar un divisi interno (en el mejor de los casos) en el que una voz se preocupa por un otro cuya existencia desea, y la otra por la conservación del propio sujeto y su individualidad. La interválica generada rara vez resulta consonante. También por eso no puede haber contratos.
Lo único que garantiza la construcción de un otro -cosa que nos interesa, porque es un otro al que amar, que nos ama, que nos salva de la soledad que equivale a la muerte, que nos salva de errores y mentiras, que nos ayuda a vernos y revisarnos, que, en definitiva, puede hacernos mejores- no es otra cosa que la negociación constante, de buena fe. A va a dejar de ser A la primera vez que B traicione, y utilice la debilidad de A para ejercer su poder. O, tal vez, si A es muy bonachón y tiene mucho amor para dar, siga siendo A dos o tres veces más. Pero es presumible que después va a querer ser B. Todos nos decepcionamos de todos. De padres (primero), de amigos, de parejas, de compañeros, del Estado, del encargado.
Tal vez el germen de la sociedad como rejunte de sujetos esté también en esa capacidad tan humana de tropezar dos veces con la misma piedra, de porfiar con la pieza que no encaja. O tal vez sea el principio del fin.
"En la calle somos todos gente", escuché decir alguna vez a alguien que le recordaba a otro que se sentía en una situación de poder, que la perdería ni bien cruzara la puerta de salida. En la calle hay contrato. A veces hay amor también. Tal vez no sean cosas tan incompatibles. Habrá que seguir pensando.
G.-